jueves, 29 de diciembre de 2016

EL SABOR DE “PANCA DE ORO”



¡Parecemos alcahuetes de los amantes! “Son las parejas las que luego de haber compartido una noche loca de amor  vienen a ‘recargarse de energía’ con un suculento caldo de gallina negra, aquí, en mi local, quién sabe si es para volver a ese lugar de donde vinieron o para festejar el inicio de una relación”. Así, con una sonrisa pícara y al parecer cómplice, nos narra Don Aquilino Pinedo López quien hace más de 2 años se le ocurrió ofrecer a su público uno de las sopas más preferidas por los limeños. Aunque hay que resaltar que Don Aquilino Pinedo López empezó hace 25 años con la venta de tamales y humitas, por lo que la gente lo conoce con ese rubro en su cuadra donde vive. Además ofrece chicharrones con camote y salsa criolla acompañados con café. Hay de todo. 

Letrero que se ve en los exteriores de "Panca de Oro"
Pregunté a los vecinos de la zona dónde venden ricos tamales por aquí y me decían por la recta del mercado. Tuve que seguir buscando desde temprano, ya que me habían dicho que se acaban rápido los tamales. 

“Panca de Oro”, es el nombre del local ubicado en el jirón la honradez 784 de la Urbanización Pro, en Los Olivos. Cuando llegué había personas a la espera. Un joven llamado Iván era quien atendía al público. Venía con un cooler y con bolsas en la mano. Abrió el recipiente y el vapor de los tamales recién salidos de la olla emanaba por el local. Por orden de llegada empezó a atender a las personas.

Los domingos son los días en la que familias de diversas zonas del distrito llegan para desayunar a Panca de Oro. “Mis clientes vienen de distintas partes, hay algunos que prefieren llevar para su casa”. También llevamos a domicilio o a las empresas”, me cuenta Don Aquilino mientras hace el pedido de una familia que lleva media hora de espera. Al rato llega una señorita con panes y dos tazas de café. Los ubica en la mesa rectangular y se retira. Una voz madura replica: “Nadie prueba nada hasta que nos traigan los chicharrones”. Así, amenaza la señora Gloria Choque a sus sobrinos que ya están desesperados por probar la carne de chancho. Ella viene todos los fines de semana.

El kilo de chicharrón cuesta cincuenta soles, aunque no es tan cómodo el precio, pero el sabor justifica el pago de los comensales. Los tamales están dos soles. El café de taza grande está igual. De pronto aparece Ivan, hijo de Don Aquilino, con una porción de chicharrón. Lleva 8 trozos de carne bien cocidos a la mesa seis, donde se encuentra Gloria Choque y su familia. “Señora, su pedido”, los deja y regresa con un plato lleno de camote dulce, más un pote de salsa criolla con dos limones cortado.

Para qué describir cómo disfrutaron de los chicharrones con los tamales, si solo basta con decir que los más pequeños se chuparon los dedos con muchas ganas. No pasó más de media hora en la que una nueva familia ingresó al local, esta vez eran 8 personas quienes iban a celebrar el cumpleaños de Doña Irene, una vecina del barrio que cumplía 56 años. 
Don Aquilino en plena preparación de los tamales criollos

Ivan y Don Aquilino tuvieron que habilitar una mesa y más sillas para que puedan acomodarse en el local, pero como ya no había espacio optaron por comer en el patio exterior. “Joven por favor me trae 8 cafés y 5 kilos de chicharrón, bien servidos”, así expresó el hijo de Doña Irene José, quien esta vez, invitaba a toda la familia, ya que era su primer sueldo que había cobrado en su nuevo trabajo.

“Yo como siempre aquí, el vecino prepara muy rico sus chicharrones”. Fue la respuesta de uno de los miembros de la familia que recién había llegado al local. Las horas pasaron y venían jóvenes y niños a llevar tamales. Llegó un señor llamado Leandro quien trabajaba en un restaurante en la primera de Pro y compró 25 tamales. Me dio curiosidad y le pregunté por qué lleva tantos tamales y él me contestó que fue mandado por orden del dueño que labora en aquel restaurante, ya que ellos también ofrecen este potaje pero a otro precio. 

“Así es nuestro trabajo, los sábados y domingos tenemos más gente, además contratamos a más personas, es nuestro negocio familiar. Mi hijo Iván se encarga de atender al público, mi hija Ítala se encarga de los pedidos en la mesa, mi señora está en la cocina sirviendo y quien le da el toque especial a los chicharrones es mi hijo menor Alex”, va contando Don Aquilino quien está cobrando a un cliente por el consumo.

Así pasa las horas hasta que llega la hora de cerrar. Cerca de las 2 de la tarde el negocio tiene que descansar, ya que dentro de dos horas empezarán a preparar el delicioso caldo de gallina negra. Nadie descansa aquí en Panca de Oro. Don Aquilino sabe que los peruanos demandan mucho la comida. Vuelve abrir a las 6 de la tarde, esta vez con otro rubro.

Un letrero rectangular blanco y  desgastado se cuelga en una de las ramas del árbol que tiene la familia Pinedo fuera de la casa. ‘Galdo de Gallina…..aquí’ así está escrito con una letras de color azul y una flecha rojo que orienta al público al local. Otro ambiente se siente. En la cocina la señora Tula, esposa de Don Aquilino, va echando los fideos al agua hirviendo de la gran olla junto con los condimentos como los trozos de la carne de gallina. Los huevos y la cebolla china picada se van separando en unos recipientes especiales. También la infaltable “canchita” que es el adorno y el toque de sabor que le da a esta sopa peruana.

Otro letrero se cuelga en la pared del local, al lado de un cuadro de paisaje, en la que retrata los bailes típicos del departamento de Áncash: Pomabamba. En este nuevo anuncio figura los precios de las distintas formas de servir el nutritivo caldo. Al lado superior: Con presa, desde nueve soles, siete soles y cinco soles. El más caro  viene con su respectivo trozo de carne y con un recipiente más grande para aquellas personas que tienen un apetito más voraz. Al lado inferior del letrero: Sin presa: cuatro soles. Este plato es acompañado de un huevo.

Tamal criollo con su sarsa de cebolla
“Ya tengo 2 años en este negocio, no puedo quejarme, sale para pagar los gastos de casa.  Aquí vienen de todo. Mototaxistas, choferes de taxi, choferes de combis, cobradores, camioneros, comerciantes y sobre todo los amantes. Parecemos alcahuetes porque escuchamos todo lo que las parejas se juran y rejuran aquí. Un sinfín de personajes que se les antoja a probar este caldo”, son las palabras de Don Aquilino quien ahora está sentado en su mesa con uno de sus diarios preferidos: El Comercio. También, cuenta, que cierta vez entró una pareja de amantes quienes se encontraban tan mareados que luego de haber consumido dos caldos de gallina se quedaron dormidos sobre la mesa. Tuvo que esperar a que se despierten para cobrarles.

Y así me va narrando las historias que se tejen detrás de cada comensal. Llegan de varios lugares. En una oportunidad vinieron de San Juan de Lurigancho. También aseguró que en reiteradas ocasiones personas han engañado diciendo que ya pagaron por el consumo del caldo. “En este negocio se gana y se pierde. A veces me  han ‘trabajado’ y han pedido su caldo sin pagar, ellos dicen que le dieron al otro mozo. Esto sucede cuando se llena las mesas”. Además, dijo que este lugar es un centro democratizador porque llegan de distintas clases sociales. “A  veces vienen ambulantes con su mercadería, otras veces llegan autos con lunas polarizadas de donde bajan señores con buen vestir acompañados de mujeres atractivas”, me va contando en el preciso momento que una señora pide uno para llevar.

“Vecino, me da uno para llevar, sin presa”. Entra a la cocina para hacer el pedido a la señora, su esposa, Tula quien se encarga de servir. Dentro de 5 minutos se lo entrega pero para esto el cliente ha traido su propio taper. Una combí de la línea “Corazón de Jesús” se estaciona en la entrada del local. Baja el chofer apresurado. Cierra la puerta del carro y se sienta en una de las mesas. “Maestro me trae dos caldos con presas, pero rapidito”, pide el conductor a Don Aquilino. Llega su pedido sin mucha demora. Al rato hace su aparición el cobrador del vehículo todo sucio y desaliñado, claro es entendible por el trabajo que realizan. Se sienta, coge la cuchara y empieza a ingerir la sopa caliente. Mientras tanto empiezan a hablar de la jornada y de su última vuelta. Comieron  sólo como ellos saben hacerlo. “Gracias tío, cuánto es”, el chofer mete la mano a su camisa verde y saca 20 soles y le paga.

Es así como Don Aquilino Pinedo López trabaja diariamente desde hace más de 25 años alimentando a muchos comensales. De mañana con los chicharrones y tamales y por las noches con el caldo de gallina. Es un luchador como los miles de peruanos que hay en nuestra capital. Él no espera nada de nadie, él sólo genera su propio empleo y el de su familia. Su experiencia lo garantiza y los comensales  también. Antes de despedirme del señor Pinedo le conté de lo que estaba haciendo con esta entrevista y creo que noto en mi rostro de cómo estaba tan antojado con todo lo que había visto que me dijo “no se vaya joven ahora vuelvo”. Llegó con un caldo de gallina y me invitó a degustarlo. Sólo basta decir que disfrute del sabor inigualable de Panca de Oro.





 Chicharrones acompañado con el infaltable camote frito








Sirviendo los ricos chicharrones








Don Aquilino en pleno trabajo





















REDACCIÓN: MARCO ANTONIO PEÑA
 

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